El tesoro escondido en Nazaret
Cada destino superó al anterior. Israel no dejaba de sorprenderme. Mis sentidos fueron cautivados por esos lugares que antes solo eran palabras en blanco y negro en mi Biblia. La vista nostálgica de la ciudad de Jerusalén y el sonido de las piedras al caminar por el jardín de Getsemaní. La suavidad de las flores incrustadas en las rocas rústicas en el camino. Las oraciones y el clamor entrelazados en el Muro de los Lamentos. El aroma del pan sin levadura, recién sacado del horno, y el agua salada que me salpicó cuando intenté flotar en el Mar Muerto.
Trataba de grabar todo en mi corazón, como si pudiese congelar cada experiencia, para que se quedara conmigo para siempre. Confieso que pensé que nada podría ser más impactante que la majestuosidad de las ruinas de Masada, las aguas quietas del Mar de Galilea o la corriente templada del Río Jordán. Y sí, esos lugares me robaron el aliento, pero hubo uno que los superó a todos: Nazaret.
A simple vista, en ese pueblo sencillo no había mucho que ver; pero bastó contemplar con atención para descubrir el tesoro que se esconde en cada rincón: la vida ordinaria de Jesús. En esos caminos, Él creció en gracia y sabiduría; mientras aprendía obediencia y se sujetaba a la voluntad del Padre. (Lc 2:52) Jesús, un hombre judío, integrado en su comunidad, siendo parte de una familia, siguiendo las tradiciones y costumbres de su tiempo. En fin, experimentando las luchas y desafíos de un ser humano común.
En su revelación, Dios no abrió el telón para que viéramos lo que sucedió en Nazaret. Sólo Él es testigo de esos largos años de obediencia cotidiana del Hijo. Su entrega sacrificial no fue objeto del aplauso o el reconocimiento humano. Allí en la sombra, Él vivió como un hombre simple, pero sin pecado. (Heb 4:15) Aunque mis pies estaban en Nazaret, mi mente se transportó al monte Calvario, donde Él, en profundo sufrimiento exclamó «¡Consumado es!». (Jn 19:30) El dolor que Él estaba experimentando en la cruz no era nuevo. Él no comenzó a cargar su cruz camino al Gólgota. Parte del preció de nuestra redención se pagó en Nazaret.
Dios encarnado. Limitado en un cuerpo humano. Sufriendo las penurias de un mundo caído. Experimentando el quebranto y enfrentándose al dolor de ver su hermosa creación rota. Su vida estuvo compuesta por un millón de pequeños actos de obediencia simple, en los que murió a sí mismo para hacer la voluntad del Padre… en mi lugar. (Fil 2:8)
Caminando esas calles polvorientas por donde Él anduvo, imaginando la precariedad de su época, calculando la distancias que tenía que recorrer, y palpando lo rústico del trabajo de esos días… mi corazón se sobrecogió con un agradecimiento infinito por el regalo de su vida perfecta en Nazaret.
Allí, en ese pueblo humilde, fue donde mi humanidad se intersectó con la suya. No pude contener las lágrimas al sentirme tan cerca de esa tensión: la de elegir hacer la voluntad de Dios en los afanes cotidianos, en la sombra donde nadie me ve. Me transporté a la realidad de mi vida ordinaria y también encontré un millón de oportunidades para negarme a mí misma en actos simples de obediencia al Padre. (Lc 9:23) La vida de Cristo me enseña que una vida de fidelidad se esconde en actos de obediencia sencilla disfrazados de cotidianidad. Mi corazón, compungido, se llenó de esperanza y valor. Y es porque mi Salvador caminó obedientemente en Nazaret que yo puedo seguir sus pisadas, amparada en su obediencia perfecta en mi lugar. (Rom 12:1)
Al inicio de mi viaje, intenté grabar cada lugar en mi corazón, como si pudiera retenerlo para siempre. Pero ahora entiendo que Nazaret no apunta solo a un evento en la historia, sino que es un recordatorio vivo de la esperanza que sostiene mi vida cotidiana: la obediencia perfecta de Cristo en mi lugar. Su vida en Nazaret no fue meramente ejemplar, sino parte del plan soberano de redención. (1 Pe 2:21) Cada acto de su sumisión fue una obra de justicia imputada a los suyos. Y ahora, al vivir mi propia «Nazaret»—en lo ordinario, en lo oculto, en la obediencia diaria—no confío en mis propias fuerzas, sino en su gracia suficiente. Porque Él caminó en obediencia perfecta en Nazaret por mí, ahora yo puedo seguir en sus pisadas, y responder en adoración con mi vida entera.
“Nazaret no apunta solo a un evento en la historia, sino que es un recordatorio vivo de la esperanza que sostiene mi vida cotidiana: la obediencia perfecta de Cristo en mi lugar.”
Estas imágenes, tomadas por el gran Nicolás Durán en Nazareth Village, muestran un poco de la vida cotidiana en Nazaret en los tiempos de Jesús. (No les puedo explicar lo mucho que lloré al imaginar a mi Señor en su vida cotidiana y al pensar que Él lo hizo todo para que yo pudiera tener esperanza en mi «Nazaret».)
*Este viaje fue posible gracias a Lifeway Mujeres y Philos Latino. Unidos, junto a otras mujeres creamos un libro maravilloso titulado «Tras los pasos de Jesús: mujeres en los tiempos del Mesías». Ya disponible en preventa.