Benditos cambios, bendita gracia

Cambios. Unos que se sintieron como una aventura, otros que me arrancaron de todo lo familiar y conocido. Cambios que me dieron la bienvenida a temporadas fructíferas, otros que me dejaron un vacío que solo Dios llenó. Cambios que retaron mi fe, otros que me invitaron a crecer en mi dependencia de Dios. Cambios emocionantes. Cambios dolorosos. Cambios deseados. Cambios inesperados. Benditos cambios.

Miro atrás y no puedo creer todo lo que ha acontecido en mi familia en los últimos 15 años. Dios transformó nuestras convicciones y las llevó cautivas a la autoridad de Su Palabra produciendo cambios masivos en nuestras vidas. No abundaré en lo que Dios alteró, porque para eso existe «Una vida al revés». Ese tsunami nos llevó a dejar todo atrás y nos aventuramos a trasladarnos por fe a otro país para capacitarnos para la obra del ministerio. Después nos mudamos a otro estado para servir en una iglesia local, conscientes de que esta misión traería grandes retos consigo.

Cuando menos lo pensamos, en un abrir y cerrar de ojos, nuestra familia de cuatro integrantes se convirtió en una de seis. En fin, en los últimos años, el cambio de rutinas y ritmos cotidianos se convirtió en la constante entre nosotros.

La vida cristiana no es una línea recta ascendente, es una curva con altibajos en los que conocemos a Dios más profundamente.

Hemos sido retados, una y otra vez, a montarnos en las olas de los cambios ordenados por Dios; confiando en Su providencia y soberanía. Tengo que confesar que esas olas no son fáciles de surfear. En ocasiones he pensado que el oleaje me estrellará contra una roca, para darme cuenta que solo me han conducido a la Roca Eterna. Hemos vivido temporadas de abundancia, soledad, regocijo, espera, escasez, incertidumbre y tiempos de gran gozo que me han enseñado que la vida cristiana no es una línea recta ascendente, es una curva con altibajos en los que conocemos a Dios más profundamente.

En los cambios he identificado algunas constantes. Cada vez que Dios me ha llamado a obedecer en lo desconocido, Él me ha mostrado áreas en mi vida en las que necesito conocerle. El terreno de lo «desconocido» provee una oportunidad para conocer más a Dios. Cuando Dios me ha desprendido de lo familiar y habitual, Él me ha invitado a encontrar esa «seguridad» que anhelo en Su persona. Cada vez que me ha sacado de mi «zona de confort», Su provisión extraordinaria de gracia ha sido mi refugio.

Aunque he visto y probado la bondad de Dios en medio de los cambios, reconozco que mi corazón es olvidadizo. Es posible que al doblar de la esquina me espere otro giro inesperado que rompa el ritmo al que ya me estoy acostumbrando. Por eso necesito recordatorios. Necesito recordar las verdades invariables que me ayudarán a sobrevivir los cambios que Dios sigue orquestado para mi vida. Me da la impresión de que si llegaste hasta aquí, también necesitas estos autorecordatorios.

Dios no cambia

Uno de los atributos de Dios es su cualidad de no cambiar. Él es inmutable, nada lo altera, lo varía ni lo modifica. (Sal 9:7) Dios es el mismo en cualquier tiempo verbal. Nunca ha cambiado y nunca cambiará. Esa verdad supera nuestro entendimiento limitado y es un ancla que nos sostiene cuando sufrimos de «vértigo espiritual». Cuando todo parece que está fuera de balance y sentimos que nos han movido el piso, podemos recordar que Dios sigue siendo el mismo.

«…Yo, el Señor, no cambio…» (Malaquías 3:6)

«Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, con el cual no hay cambio ni sombra de variación.» (Santiago 1:17)

Es maravilloso recordar que cuando todo cambia, podemos afirmar nuestro corazón en la fuente de estabilidad que no fallará: la Palabra de Dios. (Is 40:8) El cielo y la tierra pasarán, pero Su verdad se mantendrá firme por toda la eternidad. (Lc 21:33) Así que, en lugar de creer seremos arrastrados por la arena movediza de las circunstancias, podemos aferrarnos a las promesas inconmovibles del Señor.

Dios orquesta los cambios

Parte de nuestra resistencia al cambio es que nos recuerda que no estamos en control de nuestras vidas. Cuando las cosas se «salen de nuestras manos» recordamos que siempre estuvieron en las manos de Dios, nunca en las nuestras. Los cambios nos ayudan a reconocer que solo somos criaturas. El simple hecho de que los cambios nos sorprendan es una evidencia de que alguien más escribió nuestra historia y que pasamos por la vida para descubrir lo que el Autor tenía en mente. (Ef 2:10)

Los cambios no sorprenden a Dios, Él los orquesta.

Los cambios no sorprenden a Dios, Él los orquesta. Esa verdad es un gran consuelo. La inmutabilidad de Dios asegura que ninguno de sus otros atributos cambiarán. Dios es santo, siempre. Dios es justo, siempre. Dios es compasivo, fiel, amoroso, bondadoso, ¡siempre! Él es soberano y todopoderoso; en todo momento. Que alivio trae al alma el recordar que ese mismo Dios es el que está ordenando los cambios en la vida de Sus hijos.

Dios usa los cambios para nuestro bien

Podemos desgastarnos tratando de evitar los cambios para darnos cuenta de que estos son inevitables y necesarios para nuestro crecimiento. En vez de poner nuestra esperanza en ilusiones de estabilidad o familiaridad, podemos identificar cómo Dios nos está invitando a conocerle y a crecer en nuestra vida de obediencia por fe.

Si Dios hizo el cambio más dramático en nuestras vidas al darnos un corazón nuevo (Ez 11:19), podemos estar seguros de que Él está ordenando y usando los cambios de la vida para transformarnos a la imagen de Cristo. (Rom 8:28, 2 Co 3:18) ¡Qué gran consuelo! Así que, en lugar dejarnos caer en el foso de la frustración, podemos fijar nuestros ojos en Dios para recordarle al alma que nuestras circunstancias están siendo orquestadas por Su mano amorosa y poderosa para nuestro bien.

Dios provee gracia para los cambios

Esa llamada con el diagnóstico que no querías escuchar, esa decisión que tanto temías, esa conversación que te tomó por sorpresa, ese accidente que te robó el aliento, ese cambio de circunstancia de la que quieres escapar, esa nueva normalidad que no termina de sentirse normal… viene con una provisión de gracia, que también es inesperada.

El apóstol Pablo, en lugar de esforzarse para minimizar las situaciones difíciles, se gloriaba en su incapacidad y debilidad. Él sabía que la dificultad proveía oportunidades para ver la gracia de Dios en acción.

«Y Él me ha dicho: «Te basta Mi gracia, pues Mi poder se perfecciona en la debilidad». Por tanto, con muchísimo gusto me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí. Por eso me complazco en las debilidades, en insultos, en privaciones, en persecuciones y en angustias por amor a Cristo, porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.» (2 Co 12:9-10)

Junto con los cambios, Dios nos otorga una provisión de gracia adecuada para ayudarnos a glorificarle. (2 Pe 1:3-4) Cada día podemos arraigarnos a los medios de gracia que Él ha provisto para ayudarnos a permanecer apegados a Cristo. Podemos soltar nuestros temores para abrazar el fundamento firme de Su Palabra. (Lc 21:33) En lugar de maximizar nuestras ansiedades, podemos convertirlas en oraciones y acciones de gracias. (Filipenses 4:6) En lugar de aislarnos en un pozo de autoconmiseración, podemos correr al cuerpo de Cristo por ayuda y oración. (Stgo 5:13-15)

Si Cristo es nuestro fundamento, no habrá pronóstico de cambio que nos derribe ni tempestad que nos destruya.

Dios nos transforma en los cambios de la vida. Son esas alteraciones inesperadas de los ritmos cotidianos y las «interrupciones» de nuestra agenda que revelan el verdadero fundamento de nuestra fe. Gracias a esas sacudidas es Dios nos muestra los ídolos del corazón y nos concede el arrepentimiento para que corramos Él.

Día a día, dándonos lo que necesitamos para creer que Jesús es nuestro mayor bien. Paso a paso, en cuotas diarias de rendición y obediencia, mientras acallamos las frustraciones y recordamos el carácter inamovible del Dios a quien servimos. (Sal 9:7) Porque si Cristo es nuestro fundamento, no habrá pronóstico de cambio que nos derribe ni tempestad que nos destruya. (Mt 7:23-25)

¡Benditos cambios que me conducen al Dios que no cambia para ser transformada a la imagen de Jesús! ¡Bendita provisión inagotable de gracia que me sostiene! Hasta que llegue el día en que veré el cambio que tanto anhelo, cuando mi Salvador regrese a hacer todo nuevo para siempre. La esperanza de la eternidad me capacita para perseverar en las dificultades de los cambios terrenales por venir. Benditos cambios. Bendita gracia. ¡Bendita esperanza eterna!

«Al Señor he puesto continuamente delante de mí; porque está a mi diestra, permaneceré firme.» (Sal 16:8)

Pongámos al Señor continuamente delante de nosotras y avancemos confiadas en Su capacidad de mantenernos firmes hasta el final. ¿Hay algún cambió que te ha sacudido? ¿Qué te enseñó el Señor durante ese proceso? Te leo en los comentarios. :)

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