Este verano ha sido distinto a lo que imaginé…
Nuestras rutinas y la dinámica diaria cambiaron repentinamente. Bueno, a decir verdad, el cambio es casi un integrante más de nuestra familia. Y es que hace más de una década las transiciones han sido la constante entre nosotros.
Dios nos mantiene en un peregrinaje que está entrenando nuestros corazones a viajar ligero. No puedo contar las veces que nos hemos despedido de personas, lugares y cosas que amamos profundamente. Cuando hemos querido detenernos en el camino para consentir nuestros corazones con una vaga ilusión de estabilidad, hemos sido llamados a soltar los «tesoros» terrenales para continuar en la jornada de atesorar lo que posee valor eterno.
En esta etapa estamos despidiéndonos de nuestra casa para buscar una más cercana a la iglesia. Nos mudamos en las afueras de la ciudad (porque el centro de Dallas es muy costoso) esperando que Dios, en su tiempo y providencia nos permitiera estar más cerca de la obra a la que nos ha llamado. Así que dos años después, estamos con las manos abiertas esperando por Su respuesta.
Este paso nos colocó en la casa donde vivimos cuando llegamos en el 2018 para iniciar el proceso de venta y búsqueda de un nuevo hogar. Sabíamos que este cambio estaba en el horizonte, así que no nos tomó por sorpresa, pero cuando tomamos la decisión, no teníamos idea de cómo iba a afectar la dinámica diaria.
Las rutinas que nos proveían cierto sentido de estabilidad se esfumaron. Todo lo que hacía que nuestros días fueran predecibles se quedó en la otra casa. En una ocasión Moisés y yo nos miramos, y sin hablar nos preguntamos qué estábamos haciendo.
Vivir en esta casa tiene retos incómodos que en las primeras semanas nos tenían a todos muy tensos. Sin darme cuenta solo estaba enfocándome en los inconvenientes y muy pronto mi corazón se encontró en la calle sin salida de la queja.
Había estado en ese callejón antes, y pensaba que había aprendido la lección. Pero, es que el corazón es experto en la ciencia del olvido. Estaba en terreno conocido, pero mi vista se nubló con mi ingratitud, y lentamente me desvié por el sendero de la queja.
A partir de ese momento, la realidad comenzó a distorsionarse; y mi corazón percibía todo más complicado. Y a ti, ¿te ha pasado?
Pero Dios no me dejó a la suerte de mi corrupción… ¡bendita gracia! Su Palabra levantó mi cabeza para mirarlo a Él.
Haya, pues, en ustedes esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. (Fil 2:5-8)
Mi Señor no se aferró a sus privilegios para evitar el sufrimiento. Él no huyó en el momento de la dificultad. Él tomó el camino de la humillación para servir a quienes no lo merecíamos. Mi Rey tomó forma de siervo y abrazó su misión motivado por el gozo puesto delante de Él. (He 12:2) Cuando medito en Jesús y contemplo su obra, mis circunstancias, por difíciles que parezcan, se convierten en un altar de adoración. Allí la queja se convierte en gratitud y la incomodidad en una misión.
Una vez más recordé que el problema no provenía del lugar ni la circunstancia en la que me encontraba. El problema era mi corazón y su constante deseo de ensimismarse. Es increíble cómo el tono de la dinámica familiar fue cambiando.
Me encanta el obrar de Dios, porque en la mayoría de los casos sus milagros se esconden en pequeños pasos de fe; algo tan simple como entretener el pensamiento con una verdad de Su carácter. Por ejemplo, mirando la mano invisible de Dios en los detalles orquestados en Su providencia; con un motivo de gratitud a la vez; con actos sencillos de rendición y obediencia que suceden en lo secreto del corazón.
Allí es donde se encuentra el verdadero gozo; el que proviene de un pleno entendimiento de la soberanía de Dios, de una fe valiente al no perder de vista Su obrar y que se deleita en el galardón puesto delante de nosotros: Jesús. Ese es un gozo inquebrantable que nos impulsa a obedecer aún en las circunstancias más difíciles.
Trajimos a esta casa solo lo necesario para unas semanas que probablemente se convertirán en meses. No te niego que ya quiero saltarme esta etapa, pero sé que Dios nos trajo aquí para enseñarnos que Él está más interesado en el proceso y en nuestros corazones, que simplemente en responder a una petición.
Amiga, ¿ qué tal si comenzamos a orar de esta manera?
Oro que estas palabras te animen a mirar a Dios obrando activamente en tu vida. Sigamos avanzando, Cristo está adelante, y esa la motivación más gloriosa para responder en obediencia a Dios.
Tu hermana en Cristo,
«La providencia es la soberanía de Dios llena de propósito.» -John Piper | Providence
«Nuestro problema es que tendemos a ser infieles a Su itinerario santo y somos secuestrados por nuestros planes y sueños. Las pruebas en nuestras vidas existen no porque Él se ha olvidado de nosotros, sino porque se acuerda de nosotros y nos transforma por Su gracia. Cuando recuerdes esto, puedes tener gozo en medio de la incomodidad». –Paul David Tripp. Nuevas Misericordias Cada Mañana: 365 reflexiones para recordarte el evangelio todos los días