De una madre de adolescente a otra
Por muchos años trabajé con adolescentes junto a mi esposo en la iglesia, y pensaba que entendía lo que significaba acompañarlos. Pero no es lo mismo ser la pareja joven que aconseja a otros desde una etapa apenas más adelantada, que ser los padres que ejercen autoridad sobre sus propios hijos.
Siempre me pregunté cómo sería esta etapa. Y, sin darme cuenta, ese pensamiento me atemorizaba. Hasta que llegó. De repente abrí los ojos… y soy madre de dos hombres adolescentes.
Para mi sorpresa, esta etapa ha sido distinta a los miles de escenarios que imaginé. Me ha brindado oportunidades únicas para recordar y vivir el evangelio. También me ha permitido reconocer incoherencias entre mi declaración de confianza en Dios y la manera en que vivo.
He llorado por mi impotencia y por el pecado presente en mi corazón y en el de mis hijos. He reído al descubrir evidencias de gracia en lugares inesperados. Y, sobre todo, me he deleitado al contemplar en primera fila cómo mis niños se convierten en hombres.
Mis hijos adolescentes son un regalo del Señor, y anhelo despojarme del pecado que me impide disfrutarlos plenamente. Por eso, necesito recordarle a mi corazón —tan propenso a olvidar— la verdad que sostiene mi esperanza.
Estoy segura de que no soy la única madre que ama profundamente a sus hijos y, aun así, olvida lo que realmente importa. Así que quiero compartirte mis auto-recordatorios, con la esperanza de animarte a perseverar en esta carrera con los ojos puestos en Jesús.
Lo que necesito recordar
Necesito recordarle a mi corazón que debo convertir mis preocupaciones en oraciones y mis ansiedades en acciones de gracias. Que debo pedirle al Señor que me muestre si hay idolatrías escondidas en mi maternidad: si me importa más que se sometan a mi autoridad que a la Suya; si alguna vez busqué validación a través de ellos; si les exigí un comportamiento solo para que otros piensen que soy una buena madre.
Necesito recordar que Dios ha sido paciente conmigo, y que esa misma paciencia debo extenderla a ellos. Que puedo esperar en Dios porque Él es fiel.
Mis hijos no necesitan una mamá perfecta. Necesitan una mamá con una fe sobrenatural: una que no se derrumba ante sus errores ni se escandaliza por las pruebas, sino una fe firme que descansa en Jesús. Necesito recordarme que mi esperanza no está en ellos, ni en mí, sino en Cristo, el único que puede guardarlos en Él y para Él.
El temor que a veces me ahoga nace de esperar en ellos lo que solo Dios puede darme. Pero cuando pongo mis ojos en Cristo, puedo ser paciente, puedo amarlos con libertad, puedo disfrutar incluso este tiempo desafiante, porque es corto y precioso.
Necesito recordarme amar sin medida: cuando lo merezcan y cuando no; cuando lo sienta y cuando no. Amar con un amor que no se rinde. Y también necesito ser firme: cuando prueban los límites, están tanteando mi carácter. Y lo que necesitan no es mi enojo ni mi inseguridad, sino mi firmeza amorosa.
Quiero regalarles una madre tan plena en Jesús que su seguridad y su belleza provengan de su esperanza en Dios. Y necesito decirles con frecuencia: «No vives para mis expectativas. No estás aquí para cumplir mis estándares». Porque solo Cristo puede darles verdadera vida y libertad.
Así que, amiga, mientras caminamos juntas en esta etapa, recordémonos mutuamente: disfrutemos a nuestros hijos, porque este tiempo es corto. Y descansemos en la gracia de Aquel que sostiene nuestros corazones, el único que puede salvarlos y guardarlos en Su amor eterno.
Te abrazo,
Betsy
Sigue la lista en los comentarios y recordémonos la verdad unas a otras.