Lo que mi corazón esconde detrás del multitasking

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Hace meses desde que compartí la última publicación... es que tomé la decisión de escribir en este blog sólo cuando mi atención no estuviera dividida. Sí, pasó todo ese tiempo. Aquí les cuento un poquito más de la historia. 


En estos últimos meses me he sentido mentalmente abrumada y más cansada de lo habitual. No sé si te ha pasado alguna vez, sentía que me encontraba en una carrera de obstáculos y al mismo tiempo en una competencia de malabarismo. Corría por llegar a la meta mientras sostenía todas las pelotas en el aire. Sabía que algo no estaba funcionando, pero no lograba identificar cuál era el problema.

Todo estaba muy claro frente a mis ojos, pero estaba tan distraída que no podía verme en el espejo. Una tarde me senté a trabajar en mi plan de vida y luego me senté a compartirle mis resultados a una de mis mentoras. Bastaron algunas preguntas para que pudiera ver cómo estaba viviendo con más claridad. Un problema complejo disfrazado de sencillez: estaba tratando de hacer todo al mismo tiempo. Mi supuesta productividad y "capacidad" de multitasking era la razón de lo infructuoso de mis días. Irónico, ¿no? 

Me tomó tiempo procesarlo porque siempre pensé que "la capacidad" de hacer varias cosas a la vez era una de mis virtudes. #laluchaesreal

Me detuve por un momento y traté de recrear uno de mis días. Me vi con el celular en la mano, respondiendo un correo mientras hacía una avena para los niños que me llamaban a coro como si su habitación se estuviera incendiando. Dejé la avena y el correo sin terminar, subí corriendo a ver qué era lo que ameritaba tantos gritos. Los niños no encontraban el lápiz que estaba al lado de sus sillas... me distraje y me puse a recoger la ropa sucia que estaba en el canasto. Mientras olía a quemado... ¡la avena!... y el correo... ¿qué correo? Ahh sí claro, lo estaba escribiendo. Tomé el teléfono para terminarlo y vi una notificación que me recordó que tenía una reunión por internet en 10 minutos. Estaba anotado y resaltado con un sticker en mi agenda, pero lo olvidé por completo. ¿A quién fue que se le ocurrió la idea del multitasking? 🤷🏻

Estaba disparando todas mis flechas al mismo tiempo y sin ningún enfoque o precisión. Me sentí tentada a pensar que la solución de ese problema era simplemente un nuevo sistema de organización. Pero necesitaba escarbar más profundo en mi corazón para encontrar cuál era la verdadera raíz que estaba produciendo esos frutos en mí. 

Lo primero que encontré fue orgullo. Ese deseo de querer hacerlo todo al mismo tiempo era evidencia de mi falta de confianza en Dios y de un concepto incorrecto de mí misma. Mi orgullo me hace creer que que soy indispensable y que tengo que estar presente en todo. Es mi pecado que me dice que debo que tener el control de todas las cosas y que me engaña haciéndome pensar que puedo abarcarlo todo y hacerlo bien. 

Hacer varias tareas a la vez puede lucir muy productivo pero reconozco que debería llamarle mala mayordomía. No me refiero a escuchar música mientras limpio el piso y tengo la cena en el horno. Me refiero a sacrificar los regalos que Dios me ha dado en el altar de la productividad. La mirada de mis hijos y mi esposo, mi atención al encanto de sus sonrisas, el regalo de una conversación y el gozo de disfrutar el ahora. Todas esas cosas se desperdician por chats, correos y afanes que me hacen creer que son urgentes y quieren entronarse en el trono de mis prioridades. 

Estudios indican que cuando intentamos hacer varias tareas a la vez, en el corto plazo se duplica la cantidad de tiempo que lleva realizar cada una y a su vez, la cantidad de errores.  Aunque no fui creada para funcionar como un ordenador con múltiples aplicaciones abiertas, tengo que reconocer que el multitasking no es el origen del problema, es mi corazón dividido. Mis afectos fragmentados me halan y no me permiten amar lo correcto. Al final de cuentas no soy productiva, cometo errores y termino cansada. 

A veces me veo tentada abarcar tanto que pierdo las fuerzas y algo se me cae (como cuando traté de llevar al mismo tiempo todas las bolsas del supermercado en las manos y se me cayeron los huevos), siempre se sacrifica algo porque la atención es una sola y no puede estar en todas partes al mismo tiempo. Esta frase (creo que es de Nancy DeMoss Wolgemuth) llega a mi mente muy a menudo:

Si un día no es suficiente para todo lo que tengo que hacer, es probable que esté haciendo cosas a las que Dios no me ha llamado.

Por supuesto, ahí necesitamos una nota de balance. Esto no se trata de esas épocas en las asumimos algún proyecto especial o de temporadas de sacrificio y esfuerzo. Me refiero a un patrón que rige todos nuestros días, cuando empaquetamos nuestra agenda y nos sentimos ahogadas porque que se han colado cosas que no tenían que estar ahí desde el principio. 

Entonces por todo lo anterior, tengo que recordarle a mi alma:

  • No soy omnipresente. Dios me ha limitado a un tiempo y a un espacio. No fui creada para estirar mi cerebro para hacer múltiples cosas a la vez.
  • No soy omnisciente.  No tengo que estar al tanto de todo lo que pasa en las redes sociales, no tengo que saberlo todo.
  • No soy omnipotente. No tengo el poder absoluto de hacer todas las cosas y salir victoriosa. No soy Dios.
  • No soy indispensable. No soy tan necesaria como a veces creo. Los correos no tienen que ser respondidos inmediatamente, mis notificaciones y chat no deben regir mis prioridades. 

En conclusión, no tengo que dejarme llevar por la vorágine de esta generación que idolatra un concepto erróneo de la productividad. Necesito recordarle a mi alma que todo tiene su tiempo debajo del sol, y que mi orgullo, mi mala mayordomía y mi corazón divido son malos consejeros. Necesito centrar toda mi atención en aquello que es necesario, en la mejor parte, en Jesús. Al hacerlo encontraré la gracia y el gozo de abrazar lo que Él me ha llamado a hacer, mientras me concentro en una tarea a la vez.

Donde quiera que estés - está enteramente allí.
— Jim Elliot

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