Mi cuerpo posparto y el evangelio
He estado embarazada siete veces, tuve tres pérdidas y tengo cuatro hijos. He atravesado cesárea tras cesárea con recuperaciones exitosas pero lentas. De hecho, ahora mismo estoy experimentando cambios masivos en mi cuerpo luego de mi reciente parto. Así que para recordarme lo que puedo olvidar fácilmente, enumeré algunas verdades sobre cómo el evangelio cambia la perspectiva de la manera en la que veo mi cuerpo después del parto.
Como mujeres, estamos expuestas a tanta presión sobre nuestra imagen corporal, y cuando llega al tema del posparto, la comparación es una locura. ¡Estamos saturadas de mentiras sobre nosotras mismas y la maternidad! Estas mentiras no solo están en las redes sociales o en la televisión... mensajes como «reclama tu cuerpo», «no dejes que este bebé arruine tu figura», «embarázate, siempre y cuando al dar a luz no parezcas que diste a luz».
Lo más lamentable es que estas mentiras también están escondidas en nuestros corazones. Es tan fácil para nosotras como mujeres vernos en el espejo y compararnos con lo que el mundo dice que es hermoso. Por eso mi corazón necesita recordar que:
El Evangelio me libera de la fatigosa tarea de utilizar mi apariencia para llamar la atención de la gente.
El evangelio me recuerda que mi cuerpo no es mío. Rompe la idolatría a mi figura: la tendencia a colocar mi identidad en mi apariencia. Fui comprada por el que entregó su cuerpo en la cruz para que pueda servirle con mi cuerpo.
1 Corintios 6: 19-20 ¿O no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo dentro de ustedes, que tienen de Dios? No eres tuyo, porque fuiste comprado por precio. Así que glorifica a Dios en tu cuerpo.
El Evangelio me libera de la esclavitud que proviene de usar mi cuerpo para servirme a mí misma.
El evangelio me invita a usar mi cuerpo para servir a los demás. Mis cicatrices y el peso que es difícil de perder es un recordatorio de que soy una dadora de vida al morir a mí misma. Cada vez que me siento tentada a sentirme avergonzada de lo que veo en el espejo, necesito voltear mi mirada y mirarme en otro espejo: la Palabra de Dios que me muestra a Aquel que no se avergonzó de llevar mi pecado para darme la vida, incluso en el momento en que nadie lo encontraba atractivo.
El Evangelio me libera de ser controlada por las emociones cambiantes de mi cuerpo posparto.
El evangelio me recuerda que lo que siento no me define, sino solo la obra completa de Cristo en mi favor. Mis hormonas pueden hacerme sentir como si estuviera en la montaña rusa del desánimo y la tristeza, pero la Palabra de Dios es un ancla segura a la que puedo aferrarme en medio de mi confusión. El evangelio me da una base sólida para colocar mi identidad. Mis sentimientos no son Dios; yo puedo someterlos a la verdad.
El Evangelio embellece las cicatrices que el mundo quiere que oculte
Amo a mis bebés, pero si soy honesta, a veces haría cualquier cosa para borrar todo el trabajo y la evidencia visible del privilegio que tengo como mujer de dar vida. Me encantaría deshacerme de la cicatriz de la cesárea, de la panza por mi útero agrandado o de las estrías. Pero cuando recuerdo que Jesús, incluso en su cuerpo glorificado, no se deshizo de sus cicatrices, mis cicatrices y las marcas en mi cuerpo adquieren otro significado. Esas cicatrices son hermosas porque son recordatorio de la gracia de Dios sobre mí. Dios formó asombrosa y maravillosamente a cuatro portadores de Su imagen dentro de mí, y recordarlo es hermoso.
El Evangelio me promete un cuerpo nuevo
Cada vez que me veo en el espejo y noto cómo mis embarazos y la maternidad me han cambiado, necesito recordar el cuerpo de mi Salvador. Él fue aplastado hasta el punto de la muerte para darme vida. Vida eterna. Cada cicatriz, cada marca en mi cuerpo es un recordatorio de esas cicatrices que me dieron una esperanza viva: un día seré transformada y recibiré un cuerpo glorificado. ¡Esa es toda la esperanza que necesito!
*Esta publicación es una adaptación de una colaboración para Risen Motherhood en el 2019.